Freud, Italia, los sueños y la Gradiva fue publicado en Revista Absurdohttps://appzurda.tumblr.com/page/11

Fernanda Magallanes


“Italia es un cuento de hadas del que ninguna fotografía ni ningún relato podrían dar cuenta”  decía Freud. Todo aquello de sí mismo que habría volcado en ese lugar, le llevaría a visitarlo siete veces. Se sentía aplastado por la voluptuosidad constante que ahí encontraba. Italia sería para él aquel lugar que saca de la neurosis, la confusión de sueños y las inhibiciones de la gente de su época. Aquello mágico y de armonía grandiosa de sí mismo que ponía en Roma le llevaba a pensar que le gustaría morir ahí. Poco después de la anexión de Austria a Alemania, el sueño de Freud de morir en Italia, queda imposibilitado. Marie Bonaparte, Ernest Jones y otros personajes más, ayudan a Freud a salir exiliado a Londres con su hija Anna y su esposa Martha.
Aunque Freud no muere en Roma, su último texto es El Moisés y la Religión Monoteísta que guarda relación con su texto El Moisés de Miguel Ángel: liga a Italia. Freud había visto éste monumento funerario a Julio II con la escultura de Moisés en Roma  mientras caminaba del Corso Cavour a la Plaza Solitaria y asombrado y casi iluminado por una profunda experiencia, dijo haber obtenido con esa visión la ilusión de un ídolo de nuevo. Refrendó entonces su amor a Italia a través de Miguel Ángel que lo acompañó representado en su último texto, guardando a su ideal para hacerse de un lugar antes de morir.
Así son, quizás, las cómodas tumbas que nos hacemos en nuestro ser hacia la muerte, los amores que guardamos para nosotros como identificaciones cuando alguna frustración los imposibilita y que se acomodan en el camino hacia el final.
Ésta vez, he decidido no detenerme más en el Moisés porque Freud hizo algo para tener a Italia cerca antes de morir: escribir El Moisés y la religión monoteísta. De quien ahora hemos de ocuparnos es de una figura paradigmática que guarda relación con su amor a Pompeya: La Gradiva. Diferente que con lo que hizo al final de su vida con la imagen del Moisés, Freud se refirió algo peyorativamente a Gradiva de Jensen como “una breve novela, no muy valiosa en sí misma”. Sin embargo, Freud había comprado en un viaje a Roma una placa de la Gradiva que mantuvo adornando su consultorio hasta su muerte. Ésta ambivalencia que guardaría por la Gradiva es importante para pensarse en la obra de Freud pues es la Gradiva, esencialmente, un texto de Jensen que habla del amor.
Jung le había platicado a Freud del Gradiva, novela de Jensen publicada en 1902. Maravillado por la obra al leerla, Freud publica en 1907 un análisis de ésta que tituló “El delirio y los sueños de la Gradiva”.
Gradiva -que significa “la que avanza”-  es la historia de Hanold, un arqueólogo obsesionado con un bajorelieve que ve en un museo en Roma (La Gradiva). Cuando regresa Harold de Italia a Alemania, cuelga una copia de la Gradiva y la mira diariamente (Así Freud hace lo mismo en su consultorio identificado con el personaje). A su mente viene la imagen de la Gradiva, caminando por las calles de Pompeya. Hanold sueña que viaja en el tiempo al año 79 A.C. mientras el Vesubio hace erupción para conocer a ésta chica que por su andar le captura. Éste sueño hace que Harold de inmediato viaje a Pompeya a buscarla y ve a La Gradiva de su bajo relieve caminar calma entre dos pilares y desaparecer. Cuando Hanold se topa en carne y hueso con la mujer que piensa que es la Gradiva, le dice en un estado delirante “Gradiva”. Ella le sigue el juego pero la joven después se da cuenta que a la pieza de mármol también le dice Gradiva. Entónces aclara que su nombre es Zoe.

Hanold en un intento sin saberlo de dejar ese estado delirante agudo, en su mismo delirio, ve una rejilla muy delgada e imagina que por ahí cupo la Gradiva. Se pregunta entonces qué constitución tendría esa muchacha que acababa de ver: la Gradiva (Zoe). Un señor le había dicho que fue hasta Pompeya a buscar lagartijas y que seguramente se metieron por la rejilla. A Hanold, el señor de su delirio le parece un loco, siendo que ese señor que busca a las lagartijas es la imagen que representa a el mismo buscando a la Gradiva. Esa noche sueña que muy cerca estaba Gradiva, que Gradiva encuentra una lagartija y la jala de un hilo y que en su sueño, el padre de Gradiva era buscador de lagartijas.

Al día siguiente, Hanold está muy confundido y va con unas flores buscando a la Gradiva. Se encuentra a Zoe y en su confusión delirante, le comparte un pedazo de pan y le dice “Me parece como si ya una vez, hace dos mil años, hubiéramos comido así juntos nuestro pan. ¿No puedes acordarte?”. En ese momento, algo le hace discordancia y recuerda a su amiga de juegos en la infancia:  Zoe Bertgang. Bertgang es también el equivalente en traducción a Gradiva, significa algo como «la del andar resplandeciente o precioso”. Hanold a través de sus sueños y del amor, sale de su delirio para dar cuenta que Zoe es la Gradiva a quien busca y recuerda que en la vida real, el padre de Zoe era zoólogo y en equivalencia, en su sueño la Gradiva la hija de un cazador de lagartijas. Zoe es el amor que había perdido y habría de recuperar representado por el bajo-relieve de mármol. Es así, a través del recuerdo, que Hanold se ve posibilitado a dejar su delirio para amar.

La deliciosa historia, captura a Freud para concluir entre muchas cosas más que las fantasías del joven arqueólogo sobre su Gradiva son un eco de esos recuerdos infantiles olvidados. Ese es el origen de las fantasías, que han de remitir a una vivencia infantil. Freud analiza los mecanismos de la vida amorosa. En el caso de Hanold, absorbido por la arqueología; el mármol y el bronce eran lo único realmente vivo. Su amistad infantil con Zoe, quedó sepultada en vez de reforzarse en pasión. Sus recuerdos fueron reprimidos pero no extinguidos y dieron sus retoños en el delirio, que fungió como ayuda una vez desatado para poder amar. Zoe Bertgang por su nombre fue sustituida por Gradiva bajo un mismo rango: el andar. Así funciona la vida amorosa para Freud, guiada por un rasgo que se desplaza de un amado a otro.

Éste texto topa a Freud con la fatalidad del reencuentro pues es a veces de lo que uno huye, aquello que fue necesario sepultar; retorna. Harold habría reprimido un recuerdo pero retorna a manera de delirio. Su sueño lo transporta a ese lugar de antaño hace miles de años para mediar el conflicto que ahora existe y después poder recordar a su amada de la infancia.

Derrida retomará este texto de Freud en Mal de archivo para decir “Hanold ha venido a buscar esas huellas en sentido literal (im wörtlichen Sinne). Sueña con hacer revivir. Sueña más bien con revivir él mismo. Mas revivir al otro. Revivir la presión o la impresión singular que el paso de Gradiva, el paso mismo, el paso de la propia Gradiva, ese día, esa vez, en esa fecha, en lo que tuvo de inimitable.” El amor es entonces entre otras cosas, una manera de revivir una vivencia inimitable. Habrá que guardar la nueva vivencia como inimitable para que la diferencia en la nueva huella de la memoria devenga otra en performatividad con aquello nuevo que hay en uno en el tiempo hacia la muerte.

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